martes, 25 de diciembre de 2007

Lunita nació en Buenos Aires en 1980. Es politóloga y profesora de historia. Vira para la ficción porque necesita disminuir la sobredosis de realidad, aunque no puede evitarlo: http://www.lunitaaladeriva.blogspot.com/ y http://www.siemprereina.blogspot.com/. Ella recomienda la serie de microrrelatos sarmientinos, aunque asegura que le gusta la gente simple.

Cuando los códigos vienen marchando...
En algunos intervalos no hay trenes en el andén y los pasajeros formamos fila como en el colegio. Siempre hay alguno (debo decir que alguna vez participé de esa lista) que se acerca al borde del andén, por el medio de dos de las tantas hileras que se concentran a lo largo y a lo ancho del andén y es muy mal visto por la multitud que sí cumple con la formalidad del desfile. Es como todo, pienso. "Hay códigos". Pero son tan simbólicos que uno no puede hacer nada si alguien los vulnera. ¿Qué hacer con este individuo que se cola? ¿Empujarlo al abismo de las vías por "colado"? ¿Rogar que el maquinista no deje las puertas a su disposición cuando frene? Alguna vez les he puesto un digno codazo. Pero todavía no entiendo si fue por una cuestión de principios o de envidia.
El caso es que hoy llegué a la Terminal Once justo luego del tren, con lo cual no tuve que respetar una fila simplemente porque no la había. La mayoría de la gente ya había subido. Pero aligeré el paso. Luego empecé a trotar. Avancé sobre unos domingueros y otros aprendices. Y no perdía de vista la búsqueda de un asiento vacío en cada vagón. Bingo: lo encontré al final del penúltimo vagón. Y me senté. Y saqué la agenda porque tenía que hacer las cuentas del mes. Y preparé el apunte de la maldita materia porque tenía que leer. Y me saqué la polera porque tenía calor con tanto trote. Y me relajé, porque tenía el cansancio de un día que apenas empezaba.
Al rato no había más espacios vacíos. El Sarmiento salía en 10 minutos así que la gente siguió subiendo, buscando buenas ubicaciones pero de parado. O cerca de una manija a la que aferrarse. O no muy lejos de la puerta pero cerca de una ventana abierta para que no falte el aire. Bah... yo haría eso. Entre ellos una señora, pero joven. Y de su mano una nenita de no más de cinco años. Como no había lugar para sentarse se apoyaron contra uno de los laterales de las puertas. Y me hice la boluda (es decir, empecé a leer). Igual, estaba algo lejos y otra persona se interponía entre nosotras, de modo que ellas no podían ver que yo vulneraba un "código". Aunque la verdad… ya no podía evitar formar parte del resto del vagón que las negaba.Hasta que me sorprendió a lo lejos una voz masculina y ronca, que se notaba elevando el volumen:- Pero yo hice la fila y esperé el tren...
Hizo una pausa y continuó:
- No voy a discutir esto con usted- negaba, como quien se resigna ante un interlocutor incapaz.¿Quién tiene razón? pensé. ¿Quién tiene la verdad? ¿Hasta dónde sabemos aplicar los "códigos"? La nena tenía edad para estar parada. Y la señora jamás pidió el asiento ¿Qué pasa cuando alguien pide un asiento y nadie se levanta? Y luego insiste pero otra vez nadie cede. Es una hora en la que todos estamos cansados y queremos (y tenemos) derecho a viajar sentados, me respondí. De hecho, continué leyendo mi texto. Pero el demandante de puestos esta vez perdió la paciencia, y entonces escuché la segunda voz:
- Mirá, si no lo vas a discutir conmigo, ¡vas a pelear conmigo!
- Y lo agarró de las orejas (lo sé porque me asomé justo a tiempo). Era un señor bastante mayor y agarró bien fuerte de las orejas al joven de la voz masculina y ronca:- ¡Y vas a aprender a respetar los "códigos"!- le dijo.
El joven de la voz masculina y ronca empujó con su mano al señor bastante mayor, presionando el pecho de este, aunque sin más fuerza que la necesaria para alejarlo. Con la otra mano intentaba quitárselo de las orejas. El forcejeo duró unos segundos, en una situación que excedía lo ridículo, mientras el tren se llenaba cada vez más con nuevos pasajeros. Y nadie se interponía. "Son códigos", escuché murmurar.
Hasta que el viejo se quedó duro y llevó su mano izquierda al pecho. Y ya no respiró.Algunos queríamos volver más rápido a casa, así que subimos al tren siguiente. Otros se fueron a hacer la fila a otro andén, donde esperarían 20 minutos la llegada de una nueva unidad.Parada y apretada contra la señora y la nena pude ver a través de la ventana de la puerta de mi nuevo tren, cuando éste partía, cómo el joven de voz masculina y ronca gesticulaba hasta los nervios frente al oficial que le tomaba declaraciones, mientras el señor de las orejas ocupaba el asiento del joven, en un Sarmiento vacío de "códigos".

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