martes, 25 de diciembre de 2007

Federico Levín nació en Rosario en 1982. Fundó el Colectivo Inmediato, grupo de pensamiento y escritura, y La Selección Nacional de Música Declamativa, experimento de improvisación narrativo musical. Es miembro del mítico grupo de narradores "El quinteto de la muerte", con el cual leyó, cocinó y ofició de maestro de ceremonias en distintos bares y centros culturales de B.A. Maneja inconsistentemente el blog www.moscas.blogspot.com. Publicó Historias Higiénicas (novela, Grupo Editor Latinoamericano, 2000) Igor (novela, Gargola Ediciones, 2007), Los Pacoquis (poema, Editorial Funesiana, 2007) y cuentos en numerosas antologías. Todavía no hizo nada más, pero está en eso.

Año nuevo

Niños detonan petardos.
No creen en Dios; sí en los petardos, que tampoco ven.

En esta casa nos reunimos todos, muchos: sería arduo enumerarnos. Y hay uno más, sentado a la mesa, uno que no es ninguno de todos nosotros. Es un hombre grande, la cara detenida siempre en la gesta del estornudo; no sé quién lo invitó: tal vez no haya necesitado que lo inviten.
En la mesa hay colillas de cigarrillos, colillas concentradas en ceniceros. Y hay ganglios de vino que retumban y bombean desprolijos, se caracajan y se vuelven silencio.
El vino somos todos uno, y hay uno que vino y es un desconocido.
Los habitantes de esta casa comenzamos a hablar de él, como si no estuviera, de tan desconocido.
Mi hermana opina que él es el Año 5; el desconocido al que esperamos.
“Siempre se espera al desconocido”, apunta el abuelo, y brindamos con el sonido arrítmico de cada ganglio de cristal.
Mi hermana opina que la palabra ganglio es espantosa y me cuesta no creerle.

Afuera: niños detonan petardos atonales.
Pasamos al champán: a los corchos les pasa algo que siempre deseamos y nunca nos pasará; de pura envidia nos bebemos las burbujas. Mi abuela está de acuerdo, aunque repara en que, en realidad, nos bebemos todo menos las burbujas.
Burbujas- dice mi hermana, y ahora está contenta: no puede pensar en nada que no sean burbujas- Burbujas.
El desconocido sigue acá, a punto de estornudar y no estornuda. Se levanta y se acerca al teléfono.
En la mesa comienza a circular el rumor de que es viudo, de viudez reciente.
¿De dónde salió el rumor, si estamos todos quietos, acá sentados?

No nos dimos cuenta y estamos esperando. Y eso, esperar, no es algo para hacer.
- Vos decís que siempre se espera lo desconocido... sin embargo estamos esperando el año nuevo, y el año nuevo es bien conocido... niños detonan petardos, etcétera.
- Y siempre llega- Agrega una voz.
- Lo que se espera es el nombre que recubre lo desconocido, Año 5/ Año nuevo. Pero lo que el año será, no podemos saberlo. Le ponemos nombre para poder esperarlo a pesar de no saberlo- Dice mi abuelo, y casi no se le entiende de tan sonriendo.
- Lo que se espera es siempre el nombre- dice mi padre con la boca ensangrentada de Malbec- lo único que hay es...-
Niño detona demasiado petardo.
Quedamos en silencio y Desconocido se siente mirado; junto al teléfono, Desconocido se siente Extraño. Y entonces dice:
“Faltan doce minutos”
Desconocido se mantiene junto al teléfono.
Veintitrés horas- cuarentiocho minutos- diez segundos.
La voz del 113.

Esperamos. Doce minutos por persona.
Mi madre dispone doce almendras ( ¿o esas se llaman nueces?) por cada uno. Hay que comer una por cada mes del año que viene (¿ o del que pasó?), una por cada minuto.
Mi madre se come la espera, borracha de glucosa.

Veintitrés horas- cuarentinueve minutos- cero segundos
Faltan once minutos, y Desconocido a punto de llorar.
Algo lo confirma: es recientemente viudo, muy viudo. Mi hermana dice que tal vez haya estado casado con el Año 4, y ahora lo llora. Está emocionada.

Afuera hay luces de otros. Gran despliegue.
Se han adelantado: nosotros tenemos la hora exacta, conectados al 113.

Cero horas- cero minutos- cero segundos.
Desconocido descorcha en llanto.
Sólo él sabe la emoción que sintió esa mujer, la locutora del 113, al grabar, hace cincuenta años, ese horario, esa sentencia. Su instante de trascendencia inmortalizado, repetido todos los días, y sobre todo, en cada año nuevo.
Su voz elegante, hermética, grabada y repetida aún después de su muerte.
Desconocido llora, sujeto a un teléfono desconocido, en su primer año nuevo sin ella.

Niños detonan petardos y luces de otros.

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